viernes, 4 de abril de 2008

O le o lo - "maestritó"



Resulta que en castellano tenemos estas hermosas palabritas: “lo” y “le”. La primera reemplaza o antecede al objeto directo (es decir, funciona como tal), mientras que la segunda hace lo propio con el objeto indirecto. Por ejemplo: “Lo odio (a Juan)” y “Le doy diez euros (a Pedro)”. En la primera, “Juan” es el objeto directo, y en la segunda, “Pedro” es el objeto indirecto. ¡Pero si son iguales! Bien, para saber cuál es cuál, la prueba infalible es llevarla a la voz pasiva: Juan es odiado por mí, y Diez euros le son dados a Pedro por mí. Como vemos, Pedro y Juan no quedan en la misma posición al hacerlos pasivos.

Ahora viene lo curioso. En la península ibérica es habitual escuchar el uso de “le” en lugar incorrecto, lo que se llama “leísmo”. Esto no suele suceder en América Latina. La Real Academia Española (¿existirá una academia irreal?), percibiendo esta particularidad de una minoría, resolvió aceptar este uso. Pero hete aquí que sólo en el caso de que el complemento sea masculino y singular. Es decir, está bien decir: “Le vi a Juan”, pero está mal “Le vi a María”. Por lo menos es insólito. La razón por la cual se circunscribe la acepción a lo masculino y singular es tarea que mi querido cerebro ni siquiera intuye. Pero hay más. Esto es impresionante.

El acento diacrítico, se sabe, es el que se utiliza para diferenciar el significado de dos palabras que se escriben igual: sólo / solo. En este caso, con acento estamos frente a un adverbio (solamente), y sin acento (es decir, sin tilde) frente a un adjetivo. El hombre está solo / Sólo traje un libro. Bien, la Real Academia, esgrimiendo el sentido común, nos dice que si no hay confusión, el acento no es necesario en esta palabra. Otra vez lo mismo: ¿por qué esta palabra y no otra? Expongo una breve lista: te / té; de / dé; tu / tú; mi / mí, etc. Si alguien está tomando el te, ¿queda alguna duda de que hablamos de la infusión? Es fácil, esta Academia al igual que cualquier gobierno democrático actual, reglamenta normas sin un claro fundamento, con intereses que a nadie interesa y con la convicción de estar representando a quienes se dirigen.


Over.

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