viernes, 18 de abril de 2008

Onetti, El Pozo


Durante muchos años busqué la novela El Pozo, de Onetti. Como no había sido reeditada, la buscaba en ferias de libros o en librerías de usados. Durante cuatro años, nada. Al principio fue una curiosidad, pero con el tiempo comencé a tomármelo en serio. En ese tiempo viví en España, y también lo busqué por todas partes. Todos recordaban una edición de cuatro novelas cortas donde estaba incluida la primera novela del uruguayo. Recuerdo que una vez, una vendedora me dijo que estaban reeditando toda la obra de Onetti, que seguramente la conseguiría. Tal como dijo, sucedió, pero de El Pozo ni noticias.

Volví a Buenos Aires y llegó el invierno y faltó el gas y además del gas me empezaron a faltar personas, primero uno, después otro y por último vos. Y una tarde me iba caminando para el lado del parque con las manos en el bolsillo del frío que tenía y me freno en el primer puesto buscando nada y ahí nomás le pregunto: “¿La novela El Pozo, de Onetti?”, sin usar verbo, buscando en la pregunta la posibilidad misma de que la novela no existiera. “Sí, ayer la vendí, pero creo que tengo otra copia en casa, ¿te la traigo?” Lo miré, y la sensación debe ser parecida a ésa que nos ocurriría si nos enterásemos de que ganamos la lotería, que nuestro número es el mismo que aparece al tope de esa lista, el ganador. No pude contenerme y le conté al vendedor todo lo que había hecho para conseguir ese libro, los casi cuatro años de búsqueda en dos países, las reediciones. Al mismo tiempo pensaba que el precio va de acuerdo a la desesperación, pero, contra mi pronóstico, me dijo un precio bajo, normal, digamos, como el de cualquier libro usado que no es muy pedido.

Al otro día volví, ansioso en este Buenos Aires ansioso. “Ah, hola, acá tengo tu libro”, me dijo el vendedor al tiempo que me alcanzaba una edición de Seix Barral en la que estaban El Pozo y Para un Tumba sin Nombre En la tapa hay un árbol todo verde, más bien la copa de ese árbol, y abajo en negritas aclara que el autor obtuvo el premio Cervantes. Le pagué y me fui. Llegué a casa y comencé a leerlo con la extraña esperanza de que el texto me revelara algo, que los cuatro años de búsqueda habían escondido un sentido oculto. Leí sobre ese hombre que está en la habitación, mirando hacia fuera por una ventana. Cuando lo terminé, lo cerré y lo ubiqué en mi biblioteca, el primero a la izquierda donde están los otros libros de Onetti. Y no pasó nada más. El libro sigue allí, como ejemplo físico de algo que me mantuvo ocupado. Ahora es otra vez invierno y hace mucho frío y me compré un caloventor eléctrico así que si falta gas yo ni me voy a enterar. Con las otras cosas es más difícil, pero siempre uno se las termina arreglando de algún modo u otro.

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