martes, 28 de junio de 2011

Pozo negro

En horas te cuento, pero es vuelta de hoja.
La mañana tabaco ya es mínima. Te vas.
Corriendo o callando: es huida.
¿Llegaste?
Al menos con el tiempo, los tatuajes se borran,
Pierden el alma, la piel los empuja.
Pero cuando pulsa el recuerdo.
Cuando muerde la memoria.
Cuando pulsa el recuerdo.



Over.

Palabritas



En el medio había un árbol. Diez, doce puertas, una galería recién pintada, y enseguida la tierra. Unos pasos más y ahí estaban los bancos de madera y una mesa con venecitas.

Jugábamos a cualquier cosa.

Llovía y la copa del árbol no dejaba pasar una gota. Después, en cualquier momento, nos levantábamos y buscábamos nuestra puerta. De a dos, siempre de a dos en aquel tiempo. Los cigarrillos. La ducha. Giraba el día y la noche traía de vuelta al árbol, la lluvia quizás, el agua que no pasaba.

Un panóptico del amor, de calidad estándar y a todas luces mediocre. Las puertas siempre en el mismo lugar, el árbol cargado de hojas y de sombra, el beso ensayado y la absurda ilusión de que algo podía cambiar. Suerte que pude salir. El aburrimiento moral es veneno también, pero mucho más real.


Over.

lunes, 20 de junio de 2011

Punto de fuga



Abrí lo ojos, fue como un relámpago, la luz inesperada pero sin ruido, y un poco más largo. La miré y le dije: en unos meses volvemos, no duramos mucho, pero no nos olvidamos de nada. Yo me voy de aquí para allá, y termino en una casa con dos pisos, con los libros y un gato (¿de dónde salió el gato?) Vos también, sí, vos también tenés uno, pero tomás decisiones más rápidas, al final no llegamos a ningún lado. Cenamos y nos ensuciamos, algunas llamadas y la torsión del destino que nos empuja y nos junta, como uno de esos fuertes vientos del sur. Voy y vengo del sur. De acá no queda nada.

En la casa de dos pisos duermo. Un tiempo no dormí nada, se acabó el gas y otros ya no volvieron. Duermo y me levanto y me acuerdo el sueño, y podés creer que se repite esto, vos y yo acá, en esta noche de frío suave y plaza de cemento, jugando a adolescentes sin demasiadas pretensiones.

- ¿Y está bueno eso que viene?
- Qué importa, no es real. Pero me preocupa que este sea el punto de fuga, el momento exacto en el que se divide eso que vendrá.
- Mmh, no sé, me estás pidiendo que decida algo.
- No, que no te olvides de este empalme.
- Quizás sea tu empalme, no el mío. Mejor vamos que no hay un alma en la calle.
- Sí, mejor vamos yendo.


Over.

miércoles, 15 de junio de 2011

Río


Era el último día en Río de Janeiro. Con L. buscábamos discos a mitad de precio. Nos tomamos el Metro. Bajamos en una estación casi idéntica a otra en Lisboa. Nos miramos y pensamos que esa semejanza era como un pasaje. Nunca lo dijimos. De repente la vi detenerse en medio de la gente y mirar hacia el techo. Recorrí su mirada. Allí en lo alto, había como un agujero enrejado. Sobre las rejas, podía verse nítidamente esa imagen de murciélago que tantas veces vimos en los dibujos de Batman. Nos imaginamos al constructor riéndose en el momento que esa idea se le cruzaba por la cabeza. Yo miré a nuestro alrededor y me pregunté por qué nadie se sorprendía. Claro, con L. hacía rato que ya habíamos aprendido a caminar mirando para arriba. Bueno, al menos ya éramos tres: L., el constructor y yo.

Después llegamos a las disquerías. Si compramos algo, fue tan sólo como un gesto de justificación. Sabíamos perfectamente que buscábamos otra cosa. Creo que hubiéramos pagado el doble por el sólo hecho de recuperar la mitad de lo que habíamos sido. Volvimos al hotel en silencio. Nos acostamos y L. se dispuso a terminar Crimen y Castigo. De repente se abrió la ventana y entró como un vientito trayendo sombras, pedacitos de luz apagada que se iban cayendo y confundiendo en esa pasta que mezcla el pasado con el fin. Y el mismo soplido dejaba entrever puertas, caminos que se dejaban caminar. Yo sabía que todo estaba a punto de quedar congelado en la memoria, esa otra boca que come y escupe. Ahora, mientras acá ya todo lo cubre la oscuridad, estoy viendo aquella imagen, aquel silencio, aquel fin. Es estremecedor observar cómo la noche permite recorrer todas esas ideas.

Over.

lunes, 13 de junio de 2011

Palabritas



Subvertir el orden de las cosas, ¿de un modo aleatorio? ¿blanco es azul?, no, blanco es blanco pero blanco no es lo mismo que blanco, el verdadero desorden del orden, la disgregación del último átomo, todo eso, la sucesión es un engaño, yo soy yo, pero yo no es lo mismo que yo, infinitos yo que se agrupan en una linealidad temporal tan prolija, eso, tan prolija que no se ve el error, de todos modos se persiste, el tiempo de nuestra vida puede durar un minuto, un íntimo y breve minuto, pero hay que atravesarlo desde el principio hasta el final, ahí, final, fin, último, terminal, alguna vez le pregunté a Fate, le he preguntado demasiadas cosas a Fate, sí, ¿para vos es mejor terminar o empezar?, "según qué", "no, terminar y empezar en su esencia", "no te entiendo, pero supongo que empezar", "claro, la putísima muerte", "be careful, my friend, death is something that happens in the past", entonces uno se equivoca y cree que el pasado es lo anterior al principio, que siempre está previo al comienzo, eso es una estupidez, basta, terminar es en su esencia algo doloroso, ¿y si da por terminado al dolor?, eso es un comienzo.


Over (?)


Y se acabó.


Plano, igual que el frío, el cielo está detenido en su azul indiferente. Hoy, templando la memoria, regreso a Los Suicidas, de Di Benedetto. Y confirmo la genialidad, otra vez, de los años que no roen las palabras, el estilo, la estructura. Todo. Nada.

Si en el epígrafe dice que: “Todos los hombres sanos han pensado en su propio suicidio alguna vez", citando a Camus, yo le agrego que: “Saber que es posible el suicidio, es en gran medida consuelo para seguir viviendo”. La vida que no es el sueño. A diferencia de la primera, en el sueño no hay salida, no existe esa puerta final que borra la memoria.Despertase no es morir, porque la pesadilla sigue, vuelve, se hace signo o síntoma.

Los Suicidas ostenta una precisión apabullante. Nos presenta una estructura diferente y nos obliga a meternos dentro de ella. Enseguida nos parece fácil porque entendemos, pero es tan complejo el estilo que eso mismo lo hace soberbio.

Quizás la historia no se destaque (ya casi ninguna trama ostenta originalidad). Quizás se arme alguna hondonada hacia la mitad del libro. Quizás desentone el tratamiento que se le da al sexo (no es una cuestión histórica, es poética, sea cual sea la época). Pero qué nimias las observaciones. Cuán débiles para horadar siquiera el nivel de una de las mejores novelas del siglo que pasó.

A lo de la famosa trilogía de Di Benedetto, repetida hasta el hartazgo, yo sólo agrego que no la considero tal, que Zama es tan genial como Los Suicidas precisa y El Silenciero asombrosa. Que los personajes masculinos pueden ser una versión urbana del lobo de Hesse. Que las mujeres se arman como sutiles materias del deseo y la desolación. Y algunas cosas más, está bien, pero no subscribo a tal serie. Por muchas más razones que las anteriores.

Las últimas líneas y la estocada final de Los Suicidas, constituyen, para qué discutir, uno de los mejores finales que he leído en mi vida, y que seguramente leeré.

¿Por qué Di Benedetto no está en el altar reservado a unos pocos? Probablemente porque los lugares los otorga alguna academia o editorial, y para variar, se han olvidado de uno de los más grandes escritores de todo el siglo XX. Pero eso lo sabe todo el mundo.

Over.

domingo, 5 de junio de 2011

Palabritas



Llueve sobre un diario. Se destiñen las primicias. Lloran una a una las noticias más importantes.

La tinta se desbarata sobre el piso y pienso en tu muerte.

En el diario dice que has muerto hoy, que alguien (no sé quién) comparte el dolor con la familia. El agua se lleva tu nombre. Ahora que ni siquiera eres tinta en el papel, me abro en relámpagos de sueño, y seguís aquí, para verme seguir a desgano. Puedo oírte.



Over.



miércoles, 1 de junio de 2011

Frío, frío.

Tentado por un microrrelato publicado en una revista literaria, y no sin considerable esfuerzo, di con Cuentos Glaciales, del belga Jacques Sternberg.
No abundaré en mi opinión. No es necesario. Simplemente anoto las siguientes observaciones.

1) El título está muy bien. La tapa avisa sobre la supuesta similitud de los cuentos con aquellos escritos por Kafka o Cortázar. La suposición es revelada prontamente: sí, se parecen, en la extensión y en la intención. Y en absolutamente nada más.

2) La contratapa es desconcertante pero muy atractiva: un serie de sifones antiguos. Vaya a saber uno por qué. No importa.

3) El posfacio de Le Tellier está perfectamente ubicado. Si fuera un prefacio, lo demandaría.

4) Hay microcuentos realmente flojos. Pero muy flojos. Decididamente flojos. Intolerablemente flojos.

5) Hay, en la cantidad, algún hallazgo, pero no sé si lo es por mérito propio o por contraste.

6) Ordenar los microcuentos en "secciones tituladas" no es una buena decisión. Encima que no brillan, uno ya sabe de qué van.

7) Hay, sin embargo, un cuento que desentona: El Resto es Silencio. De repente nos topamos con una narración apabullante, de una factura impecable que si fuera el comienzo de una novela, no me cabe duda que sería soberbia. Si bien el final es previsible y no hace honor al desarrollo, es realmente de una escritura maravillosa.
Pero ahí está, casi en medio del libro, haciéndonos sospechar que el fuerte de Sternberg es el relato largo o bien la novela. Quién sabe, en castellano no hay traducciones de sus obras. Creo que tampoco las hay en inglés. De algo estoy seguro: compraría sin dudarlo una novela de este escritor para corroborar que estoy en lo cierto.

8) Ya está en mi biblioteca, extrañamente al lado de Swedenborg.


Over.