domingo, 30 de enero de 2011

No llegaban a girar


Tini se había comprado un scalextric, pero nunca pudo terminar de armarlo, porque en algún lugar de la pista tenía una famosa vuelta al mundo, y los coches, por la velocidad, terminaban cayéndose. O no llegaban a girar.
¿Cómo pueden vender algo que ya se sabe que no funciona
Lina legó a la noche y la trató de inmadura, que se quería hacer la rara y terminaba pasando por tonta. El tono, de algún modo, moldeó la agresividad, y Tini pareció aceptarlo.

Ala noche comimos pizza y vimos La Conversación, de Coppola. Apenas comenzó, Lina dijo algo de Sed de Mal, que el travelling o el picado, y con Tini la miramos y le exigimos silencio. Mientras veía a Fredo con vida, sólo pensaba en cómo lograr que esos cochecitos dieran la vuelta sin caerse. Se me ocurrió algún tipo de anclaje por debajo de la pista, como los que tienen las montañas rusas verdaderas. Pensé en alambres, plásticos, ruedas. Terminó la peli y fui directo a la pista.

No hubo caso, no supe o no pude arreglar el problema. Tini se paró a mi lado y me dijo que no importaba, que lo dejara. Tini se había puesto unas botas recién compradas, me acuerdo perfecto, y me vuelve el perfume del cuero nuevo. Y su cara de resignación. “Lina no entiende nada”, le dije. “Puede ser, vamos”, contestó.

La Conversación la volví a ver algunos años después. Lina tenía razón.


Over.

viernes, 28 de enero de 2011

Agujeros.





Para bien o para mal, El Hombre de al Lado es un cortometraje transformado en largo. La idea perfecta que se abre en los primeros minutos, va nadando morosamente a través de la hora y media que dura el film.

Desde la perspectiva citada, me cuesta valorar mi propia crítica. Quizás sólo pueda agregar que se trata de una de esas pequeñas películas cosidas con una envidiable técnica invisible, que se salvó de quedar detenida en la idea que la sustenta.

Puede ser que algunas escenas estorben el preciso rumbo del film, pero cada actuación, diálogo, cuadro y situación, están ajustadas con una precisión no muy habitual en el cine moderno.

El fin, diría, es casi literario, más probable en una novela que en una película, pero aún así, no desentona con la narración. Más aún, creo yo que atribuirle cualquier connotación social al argumento no sería más que forzarlo: no estamos más que ante la representación de esas situaciones en las cuales nuestro equilibrio se pone a prueba y no nos deja margen de acción. Fin.



Over.

miércoles, 26 de enero de 2011

Cae.



Ella no dijo que sabe lo que es estar muerta, pero la voz, necesitaba voces, tapar el agujero de años y estupor. Sexo. Algo se cae por la ventana y el perro no ladra. Sexo y los agujeros y ella que no me hace sentir como si nunca hubiese nacido. Ni siquiera se ríe de lo mismo, no, aunque a mí también me duela eso que cae por la ventana y el perro no ladre.

El perro no es el padre. Otro agujero. Un black hole que domina sin fin. Exiliada del manual, expulsada quizás. El centro sigue atrayendo, es un imán de la infancia. Es un imán la infancia.
Algo se está cayendo por la ventana, y el perro sigue sin ladrar.






Over.

jueves, 20 de enero de 2011

Palabritas

Como si se pudiera dar vuelta el mundo, de adentro para afuera, una bola de calor insoportable que recubriera kilómetros de océano, plantas, glaciares y todos nosotros, vos y yo. Cruzar el fuego para salir a toda esa negrura de estrellas y sol. Soles. Quizás no morirme de vos, ahora que llamás a destiempo, atravesada de madrugadas en otro idioma. No sé, no sé.
Es que yo no sé.
Es tan temprano para que vuele algo, o todos se fueron a dormir, y yo también. Hay una escena en los Puentes de Madison, en la que Meryl Streep mueve la mano y se sonríe con vergüenza para que Clint no le saque fotos. Es ese momento de vergüenza y ganas y que el tiempo se derritió para siempre.


Over.

miércoles, 12 de enero de 2011

emptiness



No hay duda: la última peli de Sofía Coppola es sobre el vacío, ese precio que paga el ser humano por su inteligencia, por su exclusiva gracia de poder razonar. Aunque en este caso se trate de la historia de una estrella de Hollywood y todo parezca planear sobre esa remanida ley que condena al que “debiera tenerlo todo para ser feliz”. Yo diría más bien que la película nos conmueve o nos pone nerviosos, nos alienta a odiarla o rechazarla, por el hecho de que hay muchas escenas que nos definen: mirar al tedio desde el tedio, sin el tamiz elegante de la metáfora ni la supuesta magia que ostenta la abstracción.

Si nos animamos, el film comienza y termina en la primera escena, lo que viene después está contenido en ella. Visto así, la aparente vacuidad de todo el relato, entra en tensión con esa imagen: nos prometieron eso, y eso nos dieron.

Que la crítica hable de “aburrido”, “insípido”, “sin rumbo” o “ambiciosa desilusión”, está bien. Es todo eso. No agrega nada a lo que transmite la peli. Quizás, y esto corre por mi cuenta, estamos en el grado cero de la producción de Coppola, como si sus dos primeras películas fueran una posibilidad des está última.

Mi reparo, por tanto, no nace del argumento o la extensión, sino más bien con la escena final, la cual aspira a algo que no se desprende de la película. Estoy convencido de que el personaje jamás debía bajar del coche. Estoy convencido de que la exquisita linealidad del film no permitía esa escena, ni la merecía. Ni la merecíamos.


Over.

domingo, 9 de enero de 2011

viernes, 7 de enero de 2011

No está más.






En Buenos Aires, en el barrio de Flores, hay una calle cuyo nombre identifica a un país que ya no existe (y que existió a la fuerza). Hablo de la calle Checoslovaquia, que dura sólo doscientos metros y va desde el 4300 al 4500. Todos hablan de ese país que ya no es, disuelto en 1993, y que dio lugar a lo que quizás siempre debió ser: Eslovaquia, por un lado, y la República Checa, por el otro.

Vivir en una calle que nombra un país que ya no existe. Si le cambiaran el nombre, está claro que no podrán elegir entre los dos nuevos estados, habría conflictos diplomáticos, esos que justifican los sueldos a los embajadores, cónsules y la mar en coche.

De paso recuerdo que Tini preguntó una vez algo al respecto: Si yo nací en Praga, cuando era Checoslovaquia, ¿ahora soy checa? ¿Puedo decir que fui checoslovaca? Si cambia el nombre el lugar donde nací, ¿cambia mi nacionalidad? Y después segúía la conversación. Siempre seguía todo.


Over.

jueves, 6 de enero de 2011

Palabritas

Soñé que todo era mentira, que ni vos ni vos ni vos fueron alguna vez, que no vivo tapando gente con gente, viajes con viajes, días contra días. Años a baldazos. Todos estos años sin tiempo.



Over.

martes, 4 de enero de 2011

Ver.








En mi año de teología (esa ciencia que después se degradó en catequesis, educación en la fe, evangelización, etc.) me la pasé escribiendo letras para canciones y comienzos de novelas que nunca comencé. Quien estaba al frente de la clase nos habló el primer día: chicos, yo sé que a más de la mitad de los que están acá, esta materia no les interesa. Les pido que intenten tomarlo como una posibilidad de aprendizaje histórico, y que dejen de lado la religión. Simple.

Simple, hasta que un día escucho sobre “lo natural”, la tendencia hacia el bien y castigo ante la desviación de ese camino. Azuzo: “Supongamos que Hitler creía que hacía el bien, que dentro de su sistema del bien y el mal, él estaba convencido de su accionar beneficioso, si ontológicamente él los evaluaba de otro modo, entonces no debería ser castigado por cometer un pecado.” Está claro que decir “Hitler” y decir “no deber ser castigado” es suficiente para el alboroto.

Sin dar vueltas, la profesora dijo: “es que hay ciertos parámetros de lo que está bien y de lo que está mal, se puede tomar una medida desde lo natural como el bien y lo antinatural como el mal”. Se terminó la conversación. Ahora la retomo porque acabo de ver “La Mirada Invisible”, la última peli de Diego Lerman, basada en la novela de Kohan, "Ciencias Morales."

En primer lugar, hacía rato que no veía una película que respetara la novela de la que provenía y a su vez la adaptara sin restarle valor. Un logro poco habitual. Muy poco habitual.

La película (o la novela) se desarrolla en el Nacional Buenos Aires, uno de los colegios secundarios más prestigiosos y tradicionales de la Argentina. Estamos en 1982, a meses del inicio de la guerra de las Malvinas, todavía con el sudor pegajoso de la dictadura militar más sangrienta que tuvo el país en su historia. El esquema de represión y adoctrinamiento está aún en ejercicio, con la educación castrense tiñendo las aulas con su inoportuna marcialidad.

La preceptora está magistralmente interpretada por Julieta Zylberberg, con el rigor adecuado en todas sus facciones pero con la sutileza de quien siente en sus entrañas la oscuridad de lo que se reprime.

El jefe de preceptores inquieta con su voz, se hace temer, y en su discurso se termina de entender el puesto al que ha llegado de la mano de los dictadores.

Casi todas las relaciones parecen enfermizas mientras se desarrollan dentro del sistema autoritario y delator (de hecho lo son, claro). Ahora, fuera del sistema hay el anhelo de algo que puede crecer libre. De hecho, hay una escena en la que se destaca Zylberberg: en su turbada persecución de un alumno, le revisa el bolso y le encuentra una cinta de una banda de rock. Compra el disco y lo escucha en su casa, con su cara imperturbable, pero su cuerpo se empieza a mover con una enorme timidez, sólo, sin nunca haber aprendido. Hay que verla.

Es una muy buena película, cuya simple trama es suficiente para conmover, para observar desde lejos ya (o no tanto), un tiempo que parece irreal y que no lo fue.

Over.