jueves, 20 de septiembre de 2012

Pozo negro




Un amor, aquí y ahora,
sería como una amenaza,
la línea negra de nubes al sur,
cerca del río, agazapada.
Sería una estocada, un salto,
el filo de tu mente en mi mente  .

Un amor real, aquí y ahora,
digo, es como un resumen imposible
de muertos y olvidados,
de niños dormidos, naciendo.
Sería alarmas y sobresaltos;
el goteante insomnio del verano.

Un amor real como una película
velada por la luz del mediodía,
ansioso por roer la sangre,
sin freno, a miles de kilómetros
Un amor, aquí y ahora,
mecido por tus manos, asusta.


Over.


martes, 18 de septiembre de 2012

Protesto.





Qué disenso interior, acaso, nos habrá untado de alarmas tan profundas desde tan temprano. Qué empatía nos balancea hacia el mismo sitio todo el tiempo. Por qué, mi dios, la justicia y la libertad nos duelen del modo que lo hacen.
Alambramos, ingenuos, nuestro territorio contra la oscuridad. Soplan los tiempos por todas partes y aprendimos demasiado pronto que las cosas han sido más o menos lo mismo siempre.

Allí estaban los romanos del Derecho y la arquitectura, cuyo sol histórico ha logrado oscurecer al látigo que adoctrinaba la carne humana. Pero también entonces estaba el amo bueno (curioso oxímoron), quien, resquebrajado, moderaba su rigor. Esa grieta, pues, es un nacimiento, un salirse una y otra vez de la piel para luchar contra el inevitable encierro de nuestro cuerpo, instinto y genética.

Ser humano. El odio es una fusta que primero nos azota por dentro, para después extender el daño con la fuerza que le quede. Generalmente se agota antes de salir. Pero cuando sale es porque ya ha hecho estragos en el cuerpo, en la mente, en cada una de nuestras venas. Es ciego y desbocado.

No hay solución ni planes. No hay posibilidad de cambiar ciertamente desde un lugar a otro. Por alguna razón nos duelen, como digo más arriba, la libertad y la justicia del modo que lo hacen. Es intransferible.

Caminamos juntos pero no te doy la mano, y te elijo para no elegirte, y me abruma y me ofende que uses mis mismas palabras para nombrar las mismas cosas. Me consuelo quizás con esa posibilidad, que no tengamos más remedio que usar, por ejemplo, la palabra libertad, para nombrar dos cosas distintas. Porque si no es así, no lo entiendo. No entiendo nada. Eso me decís, que yo no entiendo nada. Y debés de tener razón, porque no hablamos de lo mismo. Eso sí que no. 


Over.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Pozo negro




Pactamos una luna general
como unión exclusiva.
(Mira hacia ese punto corrompido,
acusado de amor y sospechas.)
Pactamos, sin cumplir, una hora
como arena del tiempo. Fallamos.
Ahora el hueco resplandece, prolijo,
rodeado de oscuridad. Prolija.

A ver, la nada es incolora, pero es negra.
Aclarado ese punto, duermo.

Tu cara, detenida, se recorta entre los muertos.
Los muertos, detenidos, no vuelven.
Pero vuelve tu  rostro posible y frenado,
inquieto y con boca y con palabras.
¿Dirás otra vez lo de la luna exclusiva?
¿Cuánto has claudicado al escaparte?
¿Cómo el olvido disimuló el miedo?
¿Qué habrás perdido al ganarlo todo?


Over.

sábado, 1 de septiembre de 2012

Como un segundo corazón.



"The past beats inside me like a second heart"

Recuerdo no sin detalles, el último día de cada uno de nuestros veraneos. Llevalo a ver el mar, le decía mi madre a mi padre. Entonces, plateado por el brillo del primer sol de la mañana, el mar se hinchaba en olas que se desinflaban al llegar a la orilla. Así cada vez. Hasta que no fuimos más.

El mar bien pude ser un montón de agua junta que se mueve. Y sin embargo no lo es. Ni siquiera cuando parpadea la noche limpia, se apaga su rumor tembloroso: el miedo a todo ese indomable espacio oscuro que se rompe y vuelve a nacer.

El mar también es el personaje de esta novela de Banville, omnipresente como un escenario eterno. Una obra que, por sobre todas las cosas, carece del argumento típico, ese que enseñan en la escuela, donde hay una introducción, un desarrollo y un desenlace. Y donde el maestro otorga un uno como puntaje ante la alteración.

La literatura inglesa no abunda en estas cuestiones. Quizás ninguna literatura lo haga, pero el siglo veinte (y antes también) encuentra en Latinoamérica, un espacio donde se desarrollan estas elecciones. Desde Cortázar a Saer, pasando por Carpentier y Lezama Lima, y por qué no a Rulfo. Esa especie de predilección por el uso de las estructuras y el lenguaje como centro de la narración, restándole protagonismos a los argumentos o hechos. En otras palabras (era tan simple), la exacerbación de la poética en la prosa.

Banville nos cuenta la historia de un hombre que ha enviudado recientemente, y vuelve al pueblo donde veraneaba de niño, con la intención de espantar ciertos recuerdos. Allí conocemos la historia de una primera novia (de un primer amor, mejor dicho), la muerte, el desprecio, la ternura, y esos cinceles que los años de la infancia esculpen irrevocablemente en nuestras mentes.

No hay mucho más que decir, porque el secreto es la lectura. No es improbable que esta novela no guste, que se torne pesada por momentos, que luzca monótona e inconducente, que se engorde de reflexiones y descripciones de la noche y el mar. Es más, eso es lo que es. Una novela de escritores para escritores, que afortunadamente saltó ese dudoso cerco y llegó al público más amplio. (¿Qué será un “público más amplio"?)

Un público más amplio. A quien le golpee esto:

Una cosa que siempre me llamó la atención fue el contraste entre el nido y el huevo, me refiero a la contingencia del primero, por muy bien construido o hermosa que fuera, y la entereza del último, su prístina plenitud. Ante de ser un principio, un huevo es un absoluto final. Es la propia definición de lo que es autosuficiente. Odiaba ver un huevo roto, es ínfima tragedia.”

O esto:

Quizás estoy aprendiendo a vivir otra vez entre los vivos. Practicando, quiero decir. Pero no, no es eso. Estar aquí no es más que una manera de no estar en otra parte.

 O esto:


No quiero estar solo así. ¿Por qué no te me has aparecido como un fantasma? Es como una niebla este silencio tuyo. (…) Mándame tu fantasma. Atorméntame, si quieres.
 
The Sea. John Banville.


Over.


Chico.




Ya llegó Chico, el último disco de Chico Buarque. Llegó después de tantos años, intacto y soberbio. Después de Carioca, otro disco ineludible. Aquí está el gran escritor de Budapest (libro de lectura obligatoria). Chico canta otra vez.

Apenas comienza, en la primera canción, Chico Buarque nos dice: “Hoje a cidade acordou toda em contramão” (Hoy la ciudad se despertó a contramano) y ahí nomás uno se pregunta si no es que la Ciudad vive siempre así, en otra dirección, aullando vacía la rabia de no ser más que un montón de gente que viene y va y después, algún día, muere.

Después, canta esto:”Amar uma mulher sem orifício” (amar una mujer sin orificio), y aunque tamizados por un vendaval psicoanalítico, todavía podemos interpretar la pureza del amor añejado, quizás tan real como el originario, el primero, el que nos sembró su arquetipo en cada una de nuestras vidas.

Y una canción tras otra. Hasta llegar a “Sem Você II”, y nos golpea la belleza de la letra acompasando la música. Simple definición de la intraducible saudade: “Passo o domingo olhando o mar / Ondas que vêm / Ondas que vão”. Está todo en la canción, “el fin del show”, “el tiempo todo mío”, y la falsa ventaja de no tenerte, responsable del silencio, tú, que me deja escuchar la lágrima caer en el suelo (impresionante), y no tener nada.

Chico Buarque.



Sem você
É o fim do show
Tudo está claro, é tudo tão real
As suas músicas você levou
Mas não faz mal
Sem você
Dei para falar a sós
Se me pergunto onde ela está, com quem
Respondo trêmulo, levanto a voz
Mas tudo bem
Pois sem você
O tempo é todo meu
Posso até ver o futebol
Ir ao museu, ou não
Passo o domingo olhando o mar
Ondas que vêm
Ondas que vão
Sem você
É um silêncio tal
Que ouço uma nuvem
A vagar no céu
Ou uma lágrima cair no chão
Mas não tem nada, não



Over.