domingo, 29 de diciembre de 2013

Nietzsche Mon Amour


Cuando ni yo ni mis padres ni mis abuelos habían nacido, Friedrich Nietzche todavía no estaba loco del todo y ya había escrito Más Allá del Bien y el Mal. Aún cuando hablen de un corpus o un concepto que anuda el texto, yo, en mi selección interna, lo considero un libro de misceláneas. Sí, ok, lo que pasa que para mí, "miscelánea" no es lo que casi todos piensan. No importa. En la sección segunda, Espíritu Libre, Nº 41, Federico sentencia:

"Tenemos que darnos a nosotros mismos nuestras pruebas de que estamos destinados a la independencia y al mando; y hacer esto a tiempo. No debemos eludir nuestras pruebas, a pesar de que ellas sean el juego más peligroso que quepa jugar y sean, en últimas instancias, sólo pruebas que exhibimos ante nosotros mismos como testigos, y ante ningún otro juez. No quedar adherido a ninguna persona: aunque sea la más amada,- toda persona es una cárcel, y también un rincón"

Albricias! ¡Qué declaración de misoginia y profundo amor al mismo tiempo! ¡Qué belleza adolescente contienen las últimas palabras! ¡Qué aventura irrealizable! Primero, hay que recordar que Nietzsche no tuvo hijos, y que su vida amorosa dista mucho de ser envidiable. Pero entoncés cómo pudo escribir esta apología de la soledad con fondo de amor no correspondido. No lo sé. Sé, sí, que Federico estuvo mudo hasta lo cinco años y volvió a callar diez años antes de morir, ya presa del velo de la locura. Sé eso, y también que todo esto me hizo recordar a la preciosa canción Universo, del disco Sal, de la banda Entre Ríos. Attenti, dice la canción: "Hoy / el universo es lo que ves / tu cuerpo ya no es mi rincón". Y claro, uní esta letra de Sebastián Carreras con las palabras del gran Federico y voilâ! Secretamente, el mundo giró más de cien años para que una palabra encuentre su eslabón en una canción para seguir sintiendo.

Lo de la cárcel es claro. Lo del rincón, cada uno para su molino. Podría ser el lugar de refugio, el de aislamiento, el de castigo. Podríamos forzar una antítesis, pero de algún modo, si fuera muy clara, perdería la energía, y llegaríamos a Sabina y su "tu mal y tu bien(...) tu manta y tu frío" y él mismo lo admite: se pone cursi.

¡Cuántas cárceles y cuántos rincones acarician nuestra condición y juramos y prometemos cerrar los ojos, olvidar, no estar enterados de nada! ¡Cuánto tiempo sentimos el dudoso placer de informarnos sobre agujeros negros, planetas y andrómedas o nos empalagamos de nanotecnología! ¿Tejemos o destejemos la madeja?

 

Over.

domingo, 27 de octubre de 2013

Pozo negro





Aceptemos la sustancia,
desmoronada en la ciudad
como un vapor elemental
entre tu cuerpo y el mío

Aquiescentes moremos,
trémulos, el dulce vacío.

Somos todos los ojos, hoy,
bajo este cielo de miedos
que nos calla y nos alerta.

No sé nada y nada niego,
ni tus garras de tristeza
ni mis manos de otras manos

A quién acaso entregaré  
esta pánica clausura del olvido,
este falso abrigo de amor ciego.

Over.

lunes, 21 de octubre de 2013

Delusions





Es de noche y el calor no suelta. Pienso que en algún lugar del mundo, alguien estará fabricando chocolate, mezclando azúcar y cacao, y agregándole vainilla o lecitina de soja, después lo llevará a un molde y el resultado serán esas barras divididas en bloques que tanto ayudaron a los maestros para enseñar las divisiones. Ese alguien es un hombre que ya no piensa en fracciones y ha tenido un sueño la noche anterior que lo tiene aún desorientado:

 En un pueblo de montaña, un grupo de gente está parada alrededor de un cura. Él se acerca y comprende, sin que nadie se lo diga, que están enterrando a su padre. Siente miradas de compasión, pero él quiere decirles que su padre no ha muerto, que debe haber algún error. De repente se quiebra el sueño y él esta sentado en una silla mecedora, mirando la televisión. Afuera comienza a llover con fuerza, como si las gotas golpearan sobre un techo de chapa aunque el lugar fuera todo de madera.

Cierto miedo lo lleva a pensar que la lluvia inundará el lugar, y que el cementerio, que debe estar cerca, quedará bajo el agua, levantando los cuerpos enterrados. Agitado de angustia, corre hacia la puerta y busca el camino que lo lleve a la tumba de su padre. Todo se vuelve oscuro y mojado, y parece como si el paisaje se repitiese cada tanto tiempo. De todo lo que había soñado, esa parte era la que más lo alteraba: correr hacia la tumba de su padre y no encontrarla, pensando en su cuerpo flotando entre piedras y tierra.

Una brisa fría llega desde el sur. Quizás haya llovido en alguna parte y eso explique mi repentino temblor. Quisiera que llegara rápido el día, callado, sin nada en medio, limpio, y tumbarse en la rutina por un buen tiempo. Pero eso no es vida, no señor. 



Over.

 

viernes, 20 de septiembre de 2013

Pozo negro



Ya nadie soporta el rigor de este lenguaje
Esta quietud esencial de días y siestas.
Ya nadie se opone, ya nadie adultera,
Ya nadie violenta la estaca-palabra
Por qué no dejarlo así:
Una lluvia de personas que esperan,
en forma de anzuelo, dormidas.
Sueñan que duermen. (Eso es un enlace.)
En el sueñoanzuelo esperan dormir.
(sueño y anzuelo no se oyen bien juntas)
Pero duermen como un signo de pregunta,
en el sueño diáspora agotado, fingen.

Fingen una excusa o un deterioro.
cuelgan fósiles en su brusca insistencia,
lloviendo esperas en la noche larga.
Ya nadie pregunta nada. Nada.

Over.

lunes, 16 de septiembre de 2013

Queda.




Haberte ido. Entonces cuando supe que la vería después de tantos años, ensayé palabras de ocasión, para llenar rápidamente el silencio a su favor, ni siquiera podía pensar en la posibilidad de que saque el tema, las dos luces allá lejos, la lluvia en la noche y el vidrio cuya grieta no cesaba en sí misma sino que nos llegó a los cuerpos y ordenó cierta atención que al no acatar terminó por abrirnos. Así creo que fue, quién sabe, tener una causa, siempre es mejor.

Estarías parecida, me hablarías con el mismo defecto, quizás me mirarías el pelo o las manos, yo siguiendo tus ojos detrás del vidrio, un juego de ajedrez nervioso para que calles. Pero si dijeras algo, yo qué podría contestar. Las luces se veían lejos, vos leías pero yo te lo avisé, lo mejor era bajar la velocidad, dijiste eso, me acuerdo bien, pero si apenas se veía, entre la lluvia y la noche, y encima ni una luz en la ruta.

Quizás te bajaría la mirada, un encuentro casual y tanto tiempo, porque de veras que todos estos años se encimaron sin olvido, vos por un lado, y por el otro tu cuerpo al lado del mío esa noche y el golpe seco, era una persona, o no, un animal, tuve que hacer esa maniobra porque si no, nos íbamos derecho contra las luces y ahí era peor, seguí porque en medio de la nada podía ser peligroso. Yo escuché lo mismo que vos, la sirena a lo lejos y ya cerca nos pasó la ambulancia, quién llamó, entonces no era un animal, o sí, el otro llamó por las dudas.

Te habrías cortado el pelo, estaba tan seguro de eso, y te habrías resignado, de golpe, asustada o cansada, porque yo no sabía pero después sí, los vientos de la experiencia, yo que hubiera jurado que sería imposible, pero no, ahí me contarías del pueblo y la vida en familia, que todo cambia así, como un llamado telefónico a las tres de la mañana, nadie se lo esperaba, así sucede. No duermo, apenas si pasa la noche y va cursando su conjuro. Ni volví ni me quedé, sé que no conté nada y siempre pensé que te vería y callaríamos.

Haberte ido, así, de la nada, como quien ya conoce la salida y no lo quiere compartir, hiciste bien. A veces escucho sirenas, alguien toca la puerta y yo, mudo, salgo sin decir una palabra. Compartir una muerte ignorada, y alguna que otra señal a tiempo. Mejor sería no ir, pero no se puede, al final nunca se puede.

Over.

domingo, 15 de septiembre de 2013

Lo superfluo


Amor de base para las cuatro estaciones, todo en un re mayor con variaciones. Su derrotero cumplió lo soñado: ser hija siempre. Padre biológico que le entrega la posta al esposo y luego, porque él siempre se muere antes, será el hijo varón el que violente el pasaje y como un per saltum filial, pase de hijo a padre sin escalas.

La desoladora determinación de llenar las horas con arbitrariedades modernas, se funde más en la mujer que en esos “padres”. Es un apéndice, una extensión fundada en la inutilidad que existe porque encaja en el temor de quien la acuna. No hay vocación, no hay muerte, no hay caminos que reclamen sus pasos. No hay nada más que la construcción de su vacuidad, una entelequia de amor. Y nada más.

Todo esto me recuerda a la novela de Ludwig Tieck, “La Abundancia de la Vida”, en la que se narran las vicisitudes de una pareja de amantes que, refugiados en una habitación del segundo piso de una casa emplazada en los suburbios de una gran capital europea y sumidos en la más absoluta pobreza, procuran encontrar recursos para alimentar la estufa que los protege de un invierno despiadado. Para Enrique y Clara, tal el nombre de los amantes, el amor que se tienen es lo único que merece conservarse. Ese amor es para ellos la verdadera razón de su existencia, un amor ante el cual todas las cosas y todas las relaciones comparecen en calidad de prescindibles. Por eso no dudarán en sacrificar a las llamas la escalera que comunica su departamento con el resto de la casa y, en definitiva, con el mundo.

El amor y su raíz de aislamiento, exacerbada en todo el período romántico de la literatura, pone de manifiesto, siempre, una decisión trágica y extrema. Porque sólo eso es el verdadero amor, y sólo le sucede a un puñado de “afortunados”: Para el resto de los mortales, se trata de un acercamiento a ese arquetipo. Y por eso persevera la unión de mandato social, por un lado, y las historias de alejamiento y abandono, por el otro. Creo.


Over.

El que avisa, no es traidor.



A la conocida frase: “home is where the heart is”, parece competirle la no menos famosa: “El hogar está donde uno vive”. No es sorprendente, lo sé, ya todos aprendimos que todo adagio tiene su contra-adagio, por lo que eso del saber popular tiene más del adjetivo que del sustantivo. A saber:
“Al que madruga, Dios lo ayuda” – “No por mucho madrugar, se amanece más temprano”
“Más vale pájaro en mano que cien volando” – “No dejes para mañana…”
“Hazte fama y échate a dormir” – “miente, miente y miente, que algo quedará”
“Más vale estar solo que estar mal acompañado” – “La soledad es mala consejera”


Y para terminar, al campestre: "¡Palo que nace doblao jamás su tronco endereza”, le podríamos contrastar la resiliencia, tan de moda en la psicología, y tan antigua en la ingeniería. Aunque eso de “volver al estado original”, me hace un poco de ruido. Pero eso es harina de otro costal.


Over.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Que sí, que no, que a lo mejor.



Qué lentas noches de Borges y el país en los sueños. Escribo lo que ya muchos escribieron mejor. Pero es mi noche en mi lejanía y con los dedos esclavos en sus teclas. Otro texto amonontonado.





Mientras se quitaba la boina, pudo escuchar la inconfundible voz de Horacio. Las palabras le salían de la boca como pausados impulsos eléctricos que dejaban un eco tenue y corto. A su lado estaba el chileno que con ojos impacientes iba siguiendo la explicación.



-    El truco es un juego de reglas, como todos, y de reglas básicas, claras y fáciles. Se puede dividir en dos. Una primera parte donde las cartas del mismo palo suman sus valores, menos la sota, el caballo y el rey que valen veinte. Si sacamos los ocho, los nueves y los comodines, que es como se juega al truco, el número más alto es el 33, o sea, un seis y un siete, ya que siempre se le suman veinte puntos, a no ser que algún numero esté acompañado de la sota, el caballo y el rey, en cuyo caso, dichas cartas ya suman veinte de por sí. Es decir, una sota de oro y un siete de oro, suman veintisiete. Por último, si tenés una sota y un caballo o un rey y un caballo o un rey y una sota de un mismo palo, sólo suman veinte. Obviamente, el que suma más puntos gana. En la segunda parte, la cosa es mucho más fácil. Las cartas tienen un orden de valor, es decir, está la que vale más y de ahí para abajo. En una punta está el as de espadas y en la otra, cualquier cuatro. Te anotás esto que te dije en un papel y yo creo que después de cuatro o cinco partidos, aprendiste el juego. Pero el truco es otra cosa, algo más misterioso, más sutil, y que se perfecciona con los años. Te diría que es bastante más probable que gane el que sabe mentir al que tenga las cartas de mayor valor. Eso es, el juego de la mentira, de la provocación, de la especulación. Entonces se convierte en algo sucio, porque como te dije, es lícito ganar mintiendo. Es más, se celebra esa victoria. Voy más allá. En cierto modo, no importa siquiera las cartas que tengas en las manos. Es tu mirada, tus palabras, lo que decís, lo que callás, el miedo que leés en la cara del otro, un dedo que se dobla, una ceja que tiembla, un cigarrillo que se enciende, la mano pasando por la nariz. Son todos indicios, claves, posibilidades. Imagínate: con el tiempo descubrís que cuando un jugador tiene buenas cartas, el ojo izquierdo le parpadea diferente.

-      Sí, voy entendiendo, la próxima vez que le parpadea...

-     Sí, pero cuidado, porque ese jugador puede saber que vos lo adivinaste, o simplemente repitió un patrón para hacerte creer algo. Entonces esa certidumbre está envenenada, entendés. Hay intuiciones también, vos sabés, esas creencias cuya raíz es inexplicable, pero están ahí, te empujan, te mueven, te hacen decir algo con seguridad. Vos sabés que el otro tipo parpadea. Vos sabés que el sabe que vos sabés. Vos pensás que entonces no tiene nada y que quiere hacerte creer que tiene por eso del patrón. Pero en realidad tiene un buen juego, y vos lo sabés, de alguna manera lo sabés. Es algo sin fin, creer que el otro sabe lo que vos sabés, pero no saber qué hará con ese hallazgo.

-      O sea que si juego ahora, lo más probable es que pierda.

-   Puede que sí o puede que no, pero no es tan así. Pensá esto: vos me acabás de escuchar y deducís que yo voy a pensar tu jugada todo el tiempo, que te voy a estar mirando, que voy a esperar a que algo te traicione y me diga lo que vos no querés decir. Pero vos también lo sabés, y lo más probable es que no sigas ningún patrón, que te ates al valor de las cartas y evalúes si pueden tener éxito o no. Vos sabés que yo voy a pensar eso, que no me vas a mentir, porque creés que yo te voy a adivinar. Pero esa presión te va a hacer mentir, y a mí me puede condenar.

-      O no, porque ya sé que pensaste esa posibilidad. Pero es como si de tanto hablar me quisieras hacer jugar como tú quieres que yo juegue. Me haces pensar que ya has pensado todo y que no te podré ganar nunca, ¿no?

-      Ves, ya empezó el partido. Che, ¿dónde dejaron las cartas?


Over.

Una cosa así.



Um poema como um gole d'agua bebido no escuro.
Como um pobre animal palpitando ferido.

 
Un poema como un sorbo de agua bebido en la oscuridad.
Como un pobre animal palpitando herido.

Màrio Quintana (Río Grande do Sul, Brasil, 1906-1994)

Over.

domingo, 1 de septiembre de 2013

Los Idolos, de Manuel Mujica Lainez



Empecemos por este lado. Eduardo Wilde, argentino, de profesión médico, fue, a su vez, un gran escritor. Uno de sus cuentos más famosos es Tini, la historia de la muerte de un niño. El cuento es tan triste que al mismo autor le daba una profunda pena el destino de aquel chico, y siempre comentaba que hubiera preferido que se salvara. En este entretejido de artificio y realidad, llegó el salvador. Su nombre es Manuel Mujica Lainez, y el bálsamo literario se llama “El Hombrecito del Azulejo”. En ese cuento, el propio Wilde aparece como personaje, ejerciendo su profesión de médico, y ayudando a que un niño se salve de una grave enfermedad. Esta última compensación literaria nos ubica de ese lado sensible del autor argentino y nos deja pensando en “Los Ídolos”, la novela editada en 1952 y que no ha dejado de ser una metáfora sobre la amistad.

En la superficie nos permite una historia de dos entrañables amigos a quienes el descubrimiento adolescente de una famosa novela los trabará para siempre. Lucio Sansilvestre, el autor de dicha novela (llamada precisamente “Los Ídolos”, única obra del escritor), podría ser una especie de Rulfo, de Rimbaud, de Salinger, cuya obra está inexorablemente signada tanto por lo genial como por lo breve. La misma pregunta los ata y los ahoga: ¿Por qué no han vuelto a escribir? Bien, ése es un lateral de la novela. Pero hay otro más fatídico e infeliz. “Los Ídolos” es justamente una historia del fanatismo, de la renuncia a lo que somos para convertirnos en oscuros seguidores de Otro cuya existencia nos hunde y nos sacrifica. Todos los personajes están sumergidos en esta desdicha. Nadie se salva, todos están trabados en los mecanismos que los harán más tristes a medida que los años los envejezcan. Entonces la metáfora también se ocupa de la idolatría, que no es más que una profunda versión de la soledad.

Se sabe que es imposible juzgar una novela como buena o mala. Podemos decir que nos ha conmovido o que nos ha empujado al aburrimiento. Es difícil que Los Ídolos provoque esto último. Muy difícil.
Por último, no podemos olvidar una mueca de Mujica Lainez. Parece una obviedad concluir que la novela “Los Ídolos” no existe, ya que es producto de la ficción, escrita por un tal Lucio Sansilvestre, y cuyo extremo admirador es Gustavo de N... Pero Manucho logró que en nuestra vida real, debamos pedir por esa novela inexistente, y que hasta la podemos conseguir.

Over.

viernes, 30 de agosto de 2013

Palabritas.





Un rumor espeso y detenido, algo así como una bocanada de aire frenada en tiempo y espacio, una dangling hope como gancho a la deriva. Quisiste decir algo, o escuchar que lo dijeran, lo mismo da, porque el vacío fue un golpe, el silencio. El silencio, o I surrender, dear, a veces es más simple.


Over.
 

jueves, 22 de agosto de 2013

Intemperie.





Según reza en todas partes, es ésta la primera novela (editada) de Jesús Carrasco. Lo que no dice, claro está, es que debe escribir desde hace muchos años, y sólo basta leer Intemperie para darse cuenta de que no estamos ante una típica novela de iniciación.

El estilo es muy particular, y no es difícil relacionarlo con Delibes. Al menos, lo encuentro en Los Santos Inocentes, novela que no he terminado aún, que me cuesta terminar, una “cortazariana novela macho”, pero eso es otra cosa, estoy aquí, con Carrasco, con Intemperie, con esta enorme historia.

La novela tiene un argumento muy sencillo, y por eso la hace desesperante. Todo comienza con un niño escondido en una especie de agujero, observando y escuchando a quienes se supone lo buscan o lo acechan. Ahí está Anna Frank, ahí está Tooru Okada, de Murakami, ahí está, por qué no, el muerto que habla de Walsh. Ya en esa escena, uno recibe el estilo de Carrasco, sabe que todo será narrado de tal modo que hasta uno tendrá la sensación de estereograma, que los olores y los miedos y la agonía trascienden el texto y promueven una respuesta casi física: el dolor que leemos, nos duele.

Todo es sordidez y desamparo. Los fantasmas van apareciendo de a poco, asustan y se van, hasta que en algún momento acorralan y provocan la reacción. Por caso, uno puede intuir la razón de la huida del niño, pero no creo que se pueda acertar lo que en realidad la fundamenta, explicado casi al final de la obra, de manera bestial y conmovedora.

Se podría analizar la novela en clave de símbolos, no obstante, estoy seguro de que el autor lejos está de haberla pensado de tal modo. Más bien, la intención es evitar los rodeos, y mientras la descripción del paisaje y el clima son sosegados, a la hora de describir hechos críticos, se enardece la brutalidad con una precisión asombrosa.

Por otra parte, me arriesgo a afirmar que habrá al menos dos palabras por página cuyo significado será desconocido. La altivez de la aseveración no me describe, estoy seguro, porque la realidad es que hay una cantidad de vocablos que no se relacionan con una actividad o técnica, cosa que haría obvia la proliferación de los mismos. Más bien tiene que ver con una agrupación de palabras pertenecientes a lo rural, y quizás, lejos del registro moderno. No llego a decidirme si esto último se transforma en un obstáculo, toda vez que guarda un equilibrio a lo largo de la narración. Yo, al menos, lo conecto con la lectura en otro idioma. Cuando, por ejemplo, leo a Henry James en su idioma original, no son pocas las palabras que desconozco. Aún así, jamás ha opacado, esta ignorancia, la belleza de sus obras.

Por último, me preocupa el porvenir de la narrativa de Carrasco. Comenzar así, digo, lo posiciona en una altura casi desmedida. ¿Qué hará con este fuego que no permitirá algo inferior? Esa duda me solicita el próximo libro. Atentamente, su próximo libro.


Over.



lunes, 12 de agosto de 2013

Bajo en lo alto, o bajo en la cima, o ven a casa a olvidar.



Fui porque cuando me habló, sentí lo mismo que cuando me hablaron a mí, pero aquella vez no vinieron. En otras palabras, no era yo el que iba, sino ella que no lo había hecho, y yo que intentaba reparar inútilmente esa bronca. Entonces cuando llegué y me abrió la puerta, pensé en qué cara poner, qué palabras no decir, qué movimientos permitirle a mi mirada. Todo era un ensayo. ¿Querés café, coca-cola?

Miré los libros: no había nada nuevo. De repente sonó el teléfono. Ella miró el número y me dijo: ¿te molesta si atiendo?, necesito hablar con esta persona. Cerré los ojos, levanté los hombros, sí, claro. Ella dudó entre la cocina y el pasillo hacia las habitaciones. La voz empezó a alejarse y ya la sentí muy lejos. Fui a los discos.

Con un dedo iba guiando la mirada sobre los nombres: Chet Baker, The Dave Brubeck Quartet, Sony Rollins, una hermosa antología de canciones de Gershwin, Miles Davies, Count Basie, Bill Evans, toda esa red básica del jazz que habíamos aprendido juntos. Creo que cuando llegamos a Monk, las cosas ya estaban mal. Sí, estoy seguro.

Casi fuera de su lugar, sobre un libro, encontré Bass on Top, de Chambers, un disco que yo le había traído de mi casa, y que con el tiempo quedó ahí. Recordé el disco. Lo primero fue: “Bajo en la cima”. Puede ser alguien o algo bajo que está en la cima, o bien que yendo hacia a alguna parte, decide bajarse ahí, en lo más alto. O mejor, “Bajo en lo alto”, ése estaba bueno. Después vino lo otro, lo del pez y el instrumento: the bass playing the bass, a ver, qué tanto: I left the bass into the huge vase. A vase can be used as a fish bowl, so that, before dropping the bass, I took away the bass. No, está bien, no hay lubinas en las peceras.

Creo que se lo dije a ella, se lo expliqué, y a lo mejor sonrió, porque me conocía. Encima está esa You´d be so nice to home to. Siempre sentí que le podía agregar algo: to sleep, to forget, to jump, to understand. A veces lo hacíamos juntos. Antes de Monk, claro, mucho antes. Yesterdays, por suerte instrumental, sin su tonta letra, o Confessing’, que con un poco de esfuerzo podría haber sido un tango, con su letra y todo.

Pasaba el tiempo y ella no volvía. Podía oír a lo lejos que la conversación continuaba. Con quién hablaba. Si yo hubiese sido ella, digo, si yo hubiera estado en su lugar, no habría atendido, porque yo estaba acá, porque la necesidad no era mía, por tantas cosas que se mezclaban ahora y para siempre, entre la música y los cuentos que conté y me contaron, el deterioro del deseo, la imposición del desamparo, la inercia, y yo que soy feliz barajando palabras, no podía evitar el silencio, la necesidad de que entienda que no quiero decir nada. Pero fui, porque yo hubiese querido que vinieran, quizás sin sentido, como suele ocurrir. Por eso cuando apareció, un poco con culpa, le acepté un té, porque quería ocupar la boca con el calor, o escuchar el disco, quién sabe, nadie sabe nada de todos modos. 


Over.

viernes, 26 de julio de 2013

Pozo negro




Aunque te arrastres puedo sentirte como una cárcel,
puedo ahorrar la luna fría y mi enorme destino,
y hasta puedo despreciar esta lluvia sucia, anularla.
Pero soy la marea en tus pies, la sangre que huye,
la raíz idiota anclada de palabras y rencor.
¿Acaso que estalles en la noche, silenciosa,
No es motivo para trabar tu imagen hoy?
No eres más que luz sobre luz, tapando los ojos,
y la brusca sombra que el espejo omite.


Over.

Palabritas.




Entonces este minuto se diluye en el próximo, la realidad se hincha de realidad y una capa tuya sobre otra capa mía se enciman ilusoriamente; somos escamas superpuestas en una secuencia de piel y días.

Esto, el tiempo, fugado hacia una imposible gaia del amor, cuando en realidad luchan este cuerpo mío y ese deseo tuyo, hasta agotarse de sentido y jugar a perder o distraerse. Una feria de equilibrios siempre en guerra. Lo que somos y los años.   


Over.

sábado, 20 de julio de 2013

Pozo negro.




Como quien viene de la noche
             quien cruza el regreso
                       ofrece el olvido
                                  el rencor
                                   siempre
                                 lo mismo
                       permite el ayer
                  quien calma la flor
Como quien vuelve y no llega




Over.

Luces.




Qué ganas de no dormir esperando, hoy, justamente tan cerca de que me huelas el pánico. Si llegaste hasta aquí, cómo, desde lejos y todos tus otros años ignorándote. Porque Ceci se cruza de piernas sobre el sillón y parece más chiquita aún. Vamos, que nadie puede olvidar tu mano sobre tu cara y de repente que todo se instale en la realidad.

- Tapetum lucidum, bien a lo Harry Potter, qué tal. Viste que los gatos, cuando los ves de noche, parece como si le brillaran los ojos. Los perros también, pero menos. Todo se debe a una membrana que tienen detrás del ojo, que vendría a ser como un espejo donde se reflejan los rayos de luz.
- Por eso el rojo de las fotos.
- No, mon chérie, eso es otra cosa. Es por la pupila dilatada, entonces la luz entra e ilumina los vasitos sanguíneos. El ser humano no tiene el tapetum porque no tiene hábitos nocturnos.
- Voilà, para eso inventamos la linterna.
- Digamos.
- ¿Y cómo es que sabés tanto?
- Sé mucho de algo, no de todo.
- Bueno, yo sé de todo, ejem.
- Ahora sabés del tapetum.

Entonces pasa todo en un segundo. La yerba, por ejemplo, que Ceci acomoda en el mate de forma casi obsesiva. Sus dedos huesudos, sin anillos, que aprendieron muchas más cosas. Con la mirada atenta, me habla de los conos y los bastones, como dirigiéndose al aire, al espacio entre ella y yo, que es la distancia que nos agobia y negociamos. Yo sé poco, y ella también, pero nos divertimos abriendo las tapitas para ver qué hay dentro de los frascos. Y así pasa el frío. 

Over.
 

viernes, 12 de julio de 2013

Pozo negro





Qué más, si estos escombros desesperados,
Estallando en la noche y en todos tus rezos.
Qué más, si es el final real que cae al cielo,
Dormido y domado, como vías en el campo.
Este es el fin, qué más, entonces, dime,
Qué más si todos estos días se sueltan obvios
Para siempre en la trinchera, humo hundido,
Se cierra la música, bajan las torres, sube el mar
El mar cotidiano suave de esporas en mi boca
Mi boca como años a la intemperie, suelta.
Qué más, si nada ocurre entre los ruidos,
El rumbo de la gloria, el ansia de llegar.
Nada más, si es el fin, y así termina.



Over.

lunes, 8 de julio de 2013

Recuerdo - Recordar - pasar otra vez por el corazón - par couer - by heart. uffff



(Jorge Luis) Borges atribuye a su padre (Jorge Guillermo), la elaboración de una teoría psicológica sobre la memoria. En resumen, dicha teoría propone que cuando uno recuerda un episodio de su vida, y a la vez, este recuerdo se repite en el tiempo, lo que recordamos, en realidad, es “la última vez que evocamos dicho recuerdo”.

Exempli gratia: me caigo de la bicicleta a los ocho años y me quiebro la pierna. A los nueve años recuerdo ese hecho. A los diez años, ya no recuerdo directamente lo que me sucedió a los ocho, sino lo evocado a los nueve, razón por la cual, en cada reminiscencia, se pierde o se agrega algo. Todo recuerdo es una construcción, eso lo ya sabemos.

Aunque entrañable, Borges no acertaba a la hora de honrar a su padre con el supuesto descubrimiento de ese curioso mecanismo de la memoria. Cuatrocientos años antes de la llegada de Cristo (o ese istmo religioso que parte a la historia en dos), el griego Tesalo había sugerido una observación muy similar.

En Escritos II (Gredos) (S. IV a.c.), se lee: “Los días del sol y de la noche, las horas y los minutos que nuestro cuerpo ocupa en esta vida, se arman de memorias y pasado, urgiendo al presente a llegar al futuro. Se repiten esos recuerdos, pero nunca vuelve el arquetipo. Nos duele una muerte, pero el dolor se traslada en el tiempo, en nuevos sentimientos cada vez. Percibimos, a lo lejos, un acto primitivo, pero nunca volvemos a él. Vive otra vez cada vez que lo recordamos, pero ese recuerdo es nuevo, y sólo se une al anterior. Recordamos lo que recordamos por última vez, sin el poder ni gracia de saber, siquiera, cómo fue tal evento en realidad. Si es que fue.

De manera más acabada, Tesalo parece anunciar lo que en el siglo XX se dio en llamar la importancia del sentir. Expuesto en otros términos, esa noción de no importar si algo sucedió o no, dándole importancia a lo que se siente. Básicamente: “qué importa, para el concepto de dolor, si me golpeé o no la cabeza, cuando mi problema es que me duele.”

No obstante, y esto corre por mi cuenta, tampoco creo que Tesalo haya sido el primero en observar lo que anotó en sus Escritos. No debe haber pasado demasiado tiempo, desde que un hombre pensó en la posibilidad de que sólo “recordamos lo que recordamos por última vez”, como una carrera de postas, inmóvil y lineal. He dicho.



Over

Te veo y no me ves.




“Bentham es más importante, para nuestra sociedad, que Kant o Hegel”. Fundamentada por el asombro, la exageración de Foucault tiene asidero. Digo asombro porque la misma concepción del panóptico parece ser profética con relación a la hipervigilancia que es moneda corriente hoy en día. 

Foucault también lo supo ver, y encontró en la propuesta de Bentham una ruta hacia el futuro, un camino único por donde la sociedad se iba agolpando y los Estados querían ganarles en velocidad. Y lo hicieron.

Si bien la idea arquitectónica de Bentham podía aplicarse a diversas instituciones, es la relacionada con las penitenciarias la que la haría famosa. Y con el objetivo de suavizar su utilidad, se diría que bajaba considerablemente los costos de vigilancia, en dicho tiempo, representados sólo por hombres; la corriente utilitarista en su máxima expresión.

Cuando se profundiza en el concepto, es inevitable la presencia de la religión. ¿No es acaso ese Dios omnipresente, el que todo lo ve? Todas nuestras acciones estaban vigiladas por ese ojo supremo, sólo que el castigo era difícil de demostrar en la inmediatez, y de ahí que el miedo podía atenuarse de algún modo. Si yo estuviera convencido de que al cometer un mal, esa fuerza divina tendría preparado un castigo ejemplar para mí, entonces debería abortar de antemano mi intención. Sólo que el castigo vendría después de la muerte, y quizás, mediante el solícito pedido de perdón, hasta podría evitarlo. La tensión religiosa entre el acto y el castigo fue perdiendo su fuerza, y casi nunca fue efectiva a la hora de evitar el mal.

Pero ahí estaba, creyera o no, el ojo que me miraba continuamente. También crecían otros vigilantes, a saber, los muertos. Mi padre muerto, por ejemplo, con suerte disfrutando del eterno paraíso, se transformaba en un espíritu que me acompañaba. Y qué espacio inmenso ocupaban las fuerzas mágicas frente a una incipiente ciencia que poco podía aportar. Un centinela insomne que nos observaba (¿juzgaba?) sin descanso.

Pero hacia el siglo XVIII, durante la famosa Ilustración, la ciencia había ganado un espacio asombroso, empujando a la luz a tanta definición mágica. Ya quedaba menos lugar para el control imaginario, y de ahí que fuera oportuno el proyecto de Bentham.

El desarrollo que la vigilancia ha tenido hasta nuestros días, es pavoroso. En pos de un supuesto cuidado, aprobamos el seguimiento continuo de nuestros pasos. En nombre de un fin anhelado, desviamos la vista de los medios que se utilizan. Cuando Saramago escribió en su novela Todos los Nombres: “No hay mejor guardián, que el miedo a que el guardián venga”, no hacía más, creo, que citar un adagio popular. Supongo que no era su intención aclarar que esa ignorancia del riesgo fuera de una utilidad peligrosa con la que cuenta el vigilante sobre el vigilado, negándole a este último el derecho a no tener que inferir sin pruebas.

Quizás haya escrito todo lo anterior en virtud de un recuerdo de la escuela. El profesor de química repartió los exámenes y anticipó que todos teníamos las mismas preguntas, que no fue necesario hacer temas distintos para evitar que nos copiáramos. Empezó a dictar las preguntas y al terminar se sentó sobre el escritorio. Una vez allí, se colocó unos anteojos espejados, de esos que no permiten ver los ojos de quien los usa y por el contrario, si uno se acerca, ve su propia cara. Por si fuera necesario, aclaró su ocurrencia: uso estos anteojos así no pueden ver mis ojos, que es lo que miran para intentar copiarse. Empiecen, por favor.

Durante muchos años conté la experiencia, siempre resaltando lo hábil que había sido el profesor. Repetía: no necesitó separar bancos, hacer temas diferentes, esconderse detrás del aula, nada. Estaba ahí, enfrente de todos, y nadie podía ver la hoja del compañero. Hasta quizás el tipo cerraba los ojos. Esta última línea, la repetía y buscaba la risa de quien me escuchaba.

Hoy, ese recuerdo ha cambiado. Aunque menor, la actitud del profesor anulaba el derecho a saber. La vigilancia debe ser consentida o por lo menos anticipada. Todo individuo debe conocer que sus acciones están siendo registradas con fines de precaución por terceros, y de ahí tomar su decisión. De acuerdo al ejemplo del examen, no objeto la observación, sino la imposibilidad de saber qué se está observando. El límite parece extremadamente delgado, pero esa es la diferencia entre participar de una sociedad o ser un elemento útil y meramente constitutivo de ella. Y lejos está la justificación que pueda expresarse por la alternancia. Mientras haya instituciones o personas que tengan más poder que otras, para bien o para mal, ya sea el Estado o una empresa, el espejo siempre va a pertenecer al mismo vigilante.


Over.


domingo, 23 de junio de 2013

Pozo negro




Meconio, maconia, mecano,
mi cerebro tapizado de palabras,
arde inquieto y no anochece.
Se rompe la mañana, se huele el día,
la luz diputa en mis ojos su autoridad.
Trozos del olvido bailando en mi memoria
haciendo nidos llenos de injusticia,
volviendo del sueño y su orden.
Mi cerebro calumniado de palabras:
diálogos, escenas, respuestas.
Todo es furia, todo es rabia,
Toda voz es grito, todo sexo, arrebato
Sigo a la intemperie, hurgando en tus reparos
Todo es censura y repetición.
¿Qué hago con toda esta violencia sin ti?

Over.
 

sábado, 22 de junio de 2013

Disgrace.




Algo me pasa cuando veo en la tapa de un libro la siguiente frase: "Premio Nobel de Literatura”. Lo primero que me viene a la mente es la figura de Borges. Para evitar el obvio descrédito al premio, se me acercan García Márquez, Faulkner o Russell. Cuando creo que todo se va a equilibrar, aparecen Hesse y Neruda. Finalmente, no logro salir del laberinto, y vuelvo a sentenciar que esa especie de lista más concerniente a la Fórmula I, termina por hundir al autor, atribuyéndole de antemano cierta genialidad de la cual, no pocas veces, carece.

J.M. Coetzee lo ganó en 2003, ayer nomás, y otra vez pareciera que la política también mete su acero en la literatura. Acabo de terminar Desgracia, publicada en 1999, y debo decir que fue duro vencer al prejuicio del que hablo en el primer párrafo.

La novela comienza muy sobriamente, obligando al lector a que busque luces para seguir leyendo. Todo nos remite lateralmente a Lolita, menos fatídico y más cerca de la superficie; una exploración del hombre después de los cincuenta años y la pesada remembranza de los años primeros.

Todo parece planear en esa historia, y la consecuente (y obvia) reprobación de las autoridades. Un profesor de esa edad abriga esperanzas de modernidad ante su caso: aprovechar su poder como docente para ayudar a la estudiante, todo por una infatuación irrefrenable.

Quizás ese comienzo se disculpe, ya que el crecimiento de la novela es notable. La acción se traslada a la granja que la hija del profesor tiene en el campo sudafricano, lugar donde aún sobrevive la tensión entre blancos y negros, donde la resistencia cobra fuerza en los territorios. Y no es menor este asunto, ya que es innegable la comparación entre la relación que tuvo el profesor y la posterior y violentísima escena en donde su hija y él sufren una humillación escalofriante.

Más aún, el lugar que toman los animales en la historia funciona como pivote a la hora de definir cierto equilibrio entre las acciones.

Por otra parte, la presentación de la obra sobre Byron, en la pluma del profesor, quiere unir voces sin lograr su objetivo, más técnico que al servicio de la novela. Es en este caso, creo, cuando la intertextualidad de Coetzee impone obstáculos más que su idea de alimentar la trama.

Desgracia es una novela que crece a medida que pasan sus páginas, hecho que de por sí, es mejor que si fuera al revés; la mayoría de los fracasos se dan a la inversa, cuando el escritor presenta un gran comienzo que no puede sostener. Coetzee ofrece una lectura interesante al unir el sexo, la violencia y la tensión racial, en una Sudáfrica todavía herida por la brutalidad. Repito: sexo, violencia y tensión racial, sustancias que se trasladan (y se trasladarán) en nuestra sangre, a la espera de una dominación en manos del progreso bien entendido.

Over.

lunes, 10 de junio de 2013

Puertas.





Con el nudillo del dedo índice golpeé la puerta, por costumbre, éramos muchos en algún momento, y me quedó eso, golpear la puerta antes de entrar. Antes miré la cerradura, para ver si había luz, si a través de ese espacio podía adivinar la presencia de alguien del otro lado, y así evitar la advertencia de no ingresar, una simple palabra, quizás ocupado, o estoy yo, y el territorio queda formalmente anulado para cualquiera, como una orden inquebrantable.

Había luz, pero nadie respondió. Nadie se avergüenza de decir algo cuando está dentro, todo lo contario, peor es sentirse observado mientras se está usando el baño. Una humillación extraña, con la que casi nadie acepta concesiones.

Voy a entrar, dije. Deseaba que me dijeran: no, esperá, no te oí. Voy a entrar, repetí, más fuerte, y empujé la puerta. Enseguida, algo la detuvo, un freno suave pero enérgico, que empujaba a su vez hacia fuera. Repetí el movimiento, y otra vez lo mismo, la puerta llegaba hasta un punto y retrocedía, y aunque usara más fuerza, el freno era leve al comienzo, y seco al final.

Cuando finalmente iba a usar todo mi cuerpo para empujar la puerta, algo perturbó mi iniciativa y arrinconó mis pensamientos. Pensé en lo que habíamos sido en ese lugar, la gente que entraba y salía, y cómo, casi de repente, todo empezó a desmoronarse, las sillas se vaciaron, los despachos se llenaron de polvo, y el teléfono sólo sonaba un puñado de veces al día. Con todo, todavía quedábamos algunos, con menos ilusiones que esperanzas, creyendo vanamente en un cambio de situación, un golpe igual de rotundo, pero ahora para nuestro lado. Nuestro lado.

Últimamente, las cosas se habían puesto peor aún. El dinero dejó de fluir y las cosas se sentían de cerca, como debe de suceder en la guerra cuando uno va perdiendo, y el enemigo es la bala que golpea la trinchera, algún grito que se comienza a diferenciarse, el olor a la derrota y la necesidad urgente de tomar una decisión. Allí, cuando los héroes se confunden en la  desesperación, y el vencido que se entrega, que se rinde, vale menos después. Un valor incierto y tabulado por los que razonan en la paz. Eso éramos, quizás, los últimos que debían cargar sus armas y disparar hacia lo que viniese, anhelando que el tiro fuera certero. Huir como forma de aferrarse a la vida, o quedarse y unirse a la desparpajo de un azar indómito. Pensé en ella.

Hay de todo, personas que afloran su nervio en situaciones poco convencionales. Quizás porque han encontrado una razón para mostrar su más profunda pena, y así, fuera de lugar, ensayan toda su furia. Pensé en ella y todo lo que venía diciendo, que no tenía donde ir, que si no cambiaba la cosa, ella no quería buscar más, que se terminaba, que ya había visto lo mismo demasiadas veces. A mí todo me sonaba extremo, exagerado, amplificado sin sentido. Yo, que tanto creía en las reacciones, en comprenderlo casi todo, esta vez dudé, la miré y le dije que su advertencia era contraproducente, que no lograría nada con su discurso, que no invocaría nada bueno, ni malo. Ella no contestó.

Sólo lo intenté una vez más, empujé con un poco más de vigor, quería confirmar contra qué se detenía la puerta. Supuse que era algo blando que luego se volvía más firme. Quizás me equivocaba, y sólo era algo que se había caído dentro, un palo, una escoba, que trababa el movimiento. No lo sé, porque me fui. Antes apagué la luz de mi despacho, bebí el resto de agua que quedaba en el vaso, acomodé dos o tres papeles y miré sin ningún reparo el lugar que dejaba. Eso pensé en ese momento, que dejaba un lugar, sin siquiera detenerme a recordar todo lo que había sido. A ella, creo, ridículamente, que ya la olvidé.   


Over.

martes, 4 de junio de 2013

Releer Los Pichiciegos





Releer Los Pichiciegos, casi diez años después, confirma sensaciones pero no evita en el lector (en mí como lector), tejer todas las lecturas y vivencias aumentadas en ese mismo lapso.  Sucede que los hechos y las palabras no se han alterados, como tampoco los símbolos, sí, pero estos últimos se cargan con nuevas fuerzas y sentidos. Ahora bien, lo que no puedo evitar, es haber nacido en este país, Argentina, y que las dimensiones que construye la narración, serán inequívocamente parciales. O particulares. O subjetivas. Algo que no cambia su poder, simplemente lo posiciona en un lugar, como a casi todo lo que sucede a nuestro alrededor.

Recuerdo el título allá por el año dos mil. Lo primero que me llegó es la palabra “pichi”, que en nuestras tierras viene a nombrar al principiante de manera casi despectiva. Pero lo palabra “pichiciegos”, así, completa, refiere al animal que vive bajo la tierra, en cuevas que construye a tal fin, y que siempre anda de noche. Entonces, armamos el argumento de la novela con preciosa facilidad: Un grupo de soldados que participan de la guerra de Malvinas, desertan y se refugian en una trinchera o cueva, que la han de llamar Pichicera, e intentarán sobrevivir hasta que se termine la contienda, tranzando víveres y demás cosas necesarias, con el enemigo, en este caso, los ingleses. Hasta que la guerra termina, la pichicera se termina y fin.

Sí, todo lo anterior, espejando la sustancia real. Por qué no pensar que esa dócil trama no es más que la interpretación de otra realidad, tan grave esta última que debe ser predigerida como ficción. ¿No son los desertores, acaso, la representación moral de los superiores que mandaban al muere a esos soldados impuestos? ¿No es peor defender la patria cuando esa patria es el terreno del mismo enemigo? ¿No es la noche y la cueva, un refugio contra el hostil gobernante?

No es menor que la novela fuera escrita por un argentino, en las postrimerías de la peor dictadura militar de su país. No es menor, estamos de acuerdo, pero la interpretación puede superar o desdeñar ese dato, y lejos está de ofrecer una inferencia unívoca.

Ya abunda el análisis formal de la novela. Aquí y allá han escrito sobre el texto. Creo no haber leído una mención de relevancia sobre la escena del gusano que es adoptado como mascota, hecho que refleja y condensa toda la intención del autor. Ese final que sepulta todo la emoción vivida, para que sólo haya un testigo de lo sucedido. Para que un eslabón cuente la historia que no sale en los diarios ni se sueña en las peores noches. 


Over.   

miércoles, 29 de mayo de 2013

Pozo Negro




Un altar de renuncias, lamiendo mis ojos,
Tejiendo memorias y guiones mal escritos
A la hora de los dóciles instintos,
Lleno de nombres y fechas y muertes.
Acaso todos los lenguajes de la guerra
entre los cuerpos malditos.
Acaso la insana profusión del amor.
Acaso el tabaco y su humo escupido.
Yo soy, inválido, el actor perpetuo,
El sabio de las sombras, la materia.
Y aunque resista esta piel de años,
Esta máquina de torcer olvidos,
Este cerebro inundado de errores,
Siempre giraré sobre los restos,
Las plegarias imposibles de tu boca
En mi boca en tu mano en tu sien. 


Over.
 

viernes, 24 de mayo de 2013

Otro fragmento.





Lo entendí sin haberlo visto antes, tu cara en el porvenir, y de repente, mientras cogíamos, llorabas con fuerza, un llanto que no era de angustia ni de dolor, ni siquiera de bronca, más bien una respuesta emocional del vértigo, el amor neutralizando el mundo, como un alivio general y dulce en todo el cuerpo, y ya no importaba yo ni nadie ni nada, por eso el cuerpo eligió el llanto como lenguaje, para imponer su desconcierto ante una forma inmaculada de la felicidad.


Over.
 

jueves, 23 de mayo de 2013

El otro, el otro poema.





Entra la nieve oscurecida de noche, por la ventana mal cerrada, y de repente la magia es agua. Una mujer grita detrás del piano. Estoy anclado en lo que supuse. Ahora necesito tomar una posición frente al poema de Gianuzzi. Ya dije algo al respecto. Hablé de su obra como quien habla de la infancia. Así de grande y vago. Pero ahora son estas palabras:


EL PUESTO DEL GATO EN EL COSMOS

Uno siempre se equivoca cuando habla del gato.
Se le ocurre por ejemplo que junto a la ventana
el gato se ha planteado en el fondo de los ojos
un posible fracaso en la noche cercana.
Pero el gato no tiene un porvenir que lo limite.
A uno se le ocurre que medita, espera o mira algo
y el gato ni siquiera siente al gato que hay en él.
¿Cómo admitir detrás del movimiento de la cola
una motivación, un juicio o un conocimiento?
El gato es un acto gratuito del gato.
El que aventure una definición debería
proponer sucesivas negaciones al engaño del gato.
Porque el gato, por lo menos el gato de la casa,
particular, privado e individuo hasta las uñas,
comprometido como está
al vicio de nuestro pensamiento
ni siquiera es un gato, estrictamente hablando. 


Protesto. La nieve es agua, eso ya lo dije. Pero no dije que la palabra gato y la palabra sensatez se llevan muy mal. O lógica, o racionalidad, o lo que sea. Por eso, cuando leemos esta línea Pero el gato no tiene un porvenir que lo limite, nos golpea Borges con esa sentencia en El Sur: (…) porque el hombre vive en el tiempo, en la sucesión, y el mágico animal, en la actualidad, en la eternidad del instante. Y dudamos como dudamos entonces, cuando le suprimíamos memoria al gato, y todo quedaba reducido a los reflejos y el instinto. No señor, es como destruir una efigie o un relicario, anularlos de sentido. Peor aún, es la tragedia de no comprender, y así llevarlo a una seca y pobre lógica.

Veamos, cuando escribe: El gato es un acto gratuito del gato, podríamos remplazar la palabra gato y arriesgar cualquier otra cosa: hombre, mujer, amor, injusticia, etc. Inmolar la gratuidad del ser en esa línea es reprobable. Sí, señor. Y por qué no forzar la declaración: nuestro pensamiento es un vicio del gato, y que me vengan a acusar de lo que sea. Al final de cuentas, Joaquín, tenías razón: Uno siempre se equivoca cuando habla del gato. Siempre.

Por eso, quizás por todo lo anterior, me sigue ganando este otro poema de Gianuzzi, más cercano y genial. Mucho más soberbio.  

Fábula

El muerto movió los pies en el ataúd.
Todos los vimos, pero la mosca huyó de la mejilla
Espantada por ese desatino de la creación.
¿Un accidente de la materia? ¿Un resto de memoria humana
En la congelada estructura del átomo?
Por alguna razón no merecemos la revelación de las cosas secretas.
Por eso concluimos, mientras lo enterábamos:
El pobre estaba tratando de inventarse un lenguaje.


Over.