viernes, 20 de septiembre de 2013

Pozo negro



Ya nadie soporta el rigor de este lenguaje
Esta quietud esencial de días y siestas.
Ya nadie se opone, ya nadie adultera,
Ya nadie violenta la estaca-palabra
Por qué no dejarlo así:
Una lluvia de personas que esperan,
en forma de anzuelo, dormidas.
Sueñan que duermen. (Eso es un enlace.)
En el sueñoanzuelo esperan dormir.
(sueño y anzuelo no se oyen bien juntas)
Pero duermen como un signo de pregunta,
en el sueño diáspora agotado, fingen.

Fingen una excusa o un deterioro.
cuelgan fósiles en su brusca insistencia,
lloviendo esperas en la noche larga.
Ya nadie pregunta nada. Nada.

Over.

lunes, 16 de septiembre de 2013

Queda.




Haberte ido. Entonces cuando supe que la vería después de tantos años, ensayé palabras de ocasión, para llenar rápidamente el silencio a su favor, ni siquiera podía pensar en la posibilidad de que saque el tema, las dos luces allá lejos, la lluvia en la noche y el vidrio cuya grieta no cesaba en sí misma sino que nos llegó a los cuerpos y ordenó cierta atención que al no acatar terminó por abrirnos. Así creo que fue, quién sabe, tener una causa, siempre es mejor.

Estarías parecida, me hablarías con el mismo defecto, quizás me mirarías el pelo o las manos, yo siguiendo tus ojos detrás del vidrio, un juego de ajedrez nervioso para que calles. Pero si dijeras algo, yo qué podría contestar. Las luces se veían lejos, vos leías pero yo te lo avisé, lo mejor era bajar la velocidad, dijiste eso, me acuerdo bien, pero si apenas se veía, entre la lluvia y la noche, y encima ni una luz en la ruta.

Quizás te bajaría la mirada, un encuentro casual y tanto tiempo, porque de veras que todos estos años se encimaron sin olvido, vos por un lado, y por el otro tu cuerpo al lado del mío esa noche y el golpe seco, era una persona, o no, un animal, tuve que hacer esa maniobra porque si no, nos íbamos derecho contra las luces y ahí era peor, seguí porque en medio de la nada podía ser peligroso. Yo escuché lo mismo que vos, la sirena a lo lejos y ya cerca nos pasó la ambulancia, quién llamó, entonces no era un animal, o sí, el otro llamó por las dudas.

Te habrías cortado el pelo, estaba tan seguro de eso, y te habrías resignado, de golpe, asustada o cansada, porque yo no sabía pero después sí, los vientos de la experiencia, yo que hubiera jurado que sería imposible, pero no, ahí me contarías del pueblo y la vida en familia, que todo cambia así, como un llamado telefónico a las tres de la mañana, nadie se lo esperaba, así sucede. No duermo, apenas si pasa la noche y va cursando su conjuro. Ni volví ni me quedé, sé que no conté nada y siempre pensé que te vería y callaríamos.

Haberte ido, así, de la nada, como quien ya conoce la salida y no lo quiere compartir, hiciste bien. A veces escucho sirenas, alguien toca la puerta y yo, mudo, salgo sin decir una palabra. Compartir una muerte ignorada, y alguna que otra señal a tiempo. Mejor sería no ir, pero no se puede, al final nunca se puede.

Over.

domingo, 15 de septiembre de 2013

Lo superfluo


Amor de base para las cuatro estaciones, todo en un re mayor con variaciones. Su derrotero cumplió lo soñado: ser hija siempre. Padre biológico que le entrega la posta al esposo y luego, porque él siempre se muere antes, será el hijo varón el que violente el pasaje y como un per saltum filial, pase de hijo a padre sin escalas.

La desoladora determinación de llenar las horas con arbitrariedades modernas, se funde más en la mujer que en esos “padres”. Es un apéndice, una extensión fundada en la inutilidad que existe porque encaja en el temor de quien la acuna. No hay vocación, no hay muerte, no hay caminos que reclamen sus pasos. No hay nada más que la construcción de su vacuidad, una entelequia de amor. Y nada más.

Todo esto me recuerda a la novela de Ludwig Tieck, “La Abundancia de la Vida”, en la que se narran las vicisitudes de una pareja de amantes que, refugiados en una habitación del segundo piso de una casa emplazada en los suburbios de una gran capital europea y sumidos en la más absoluta pobreza, procuran encontrar recursos para alimentar la estufa que los protege de un invierno despiadado. Para Enrique y Clara, tal el nombre de los amantes, el amor que se tienen es lo único que merece conservarse. Ese amor es para ellos la verdadera razón de su existencia, un amor ante el cual todas las cosas y todas las relaciones comparecen en calidad de prescindibles. Por eso no dudarán en sacrificar a las llamas la escalera que comunica su departamento con el resto de la casa y, en definitiva, con el mundo.

El amor y su raíz de aislamiento, exacerbada en todo el período romántico de la literatura, pone de manifiesto, siempre, una decisión trágica y extrema. Porque sólo eso es el verdadero amor, y sólo le sucede a un puñado de “afortunados”: Para el resto de los mortales, se trata de un acercamiento a ese arquetipo. Y por eso persevera la unión de mandato social, por un lado, y las historias de alejamiento y abandono, por el otro. Creo.


Over.

El que avisa, no es traidor.



A la conocida frase: “home is where the heart is”, parece competirle la no menos famosa: “El hogar está donde uno vive”. No es sorprendente, lo sé, ya todos aprendimos que todo adagio tiene su contra-adagio, por lo que eso del saber popular tiene más del adjetivo que del sustantivo. A saber:
“Al que madruga, Dios lo ayuda” – “No por mucho madrugar, se amanece más temprano”
“Más vale pájaro en mano que cien volando” – “No dejes para mañana…”
“Hazte fama y échate a dormir” – “miente, miente y miente, que algo quedará”
“Más vale estar solo que estar mal acompañado” – “La soledad es mala consejera”


Y para terminar, al campestre: "¡Palo que nace doblao jamás su tronco endereza”, le podríamos contrastar la resiliencia, tan de moda en la psicología, y tan antigua en la ingeniería. Aunque eso de “volver al estado original”, me hace un poco de ruido. Pero eso es harina de otro costal.


Over.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Que sí, que no, que a lo mejor.



Qué lentas noches de Borges y el país en los sueños. Escribo lo que ya muchos escribieron mejor. Pero es mi noche en mi lejanía y con los dedos esclavos en sus teclas. Otro texto amonontonado.





Mientras se quitaba la boina, pudo escuchar la inconfundible voz de Horacio. Las palabras le salían de la boca como pausados impulsos eléctricos que dejaban un eco tenue y corto. A su lado estaba el chileno que con ojos impacientes iba siguiendo la explicación.



-    El truco es un juego de reglas, como todos, y de reglas básicas, claras y fáciles. Se puede dividir en dos. Una primera parte donde las cartas del mismo palo suman sus valores, menos la sota, el caballo y el rey que valen veinte. Si sacamos los ocho, los nueves y los comodines, que es como se juega al truco, el número más alto es el 33, o sea, un seis y un siete, ya que siempre se le suman veinte puntos, a no ser que algún numero esté acompañado de la sota, el caballo y el rey, en cuyo caso, dichas cartas ya suman veinte de por sí. Es decir, una sota de oro y un siete de oro, suman veintisiete. Por último, si tenés una sota y un caballo o un rey y un caballo o un rey y una sota de un mismo palo, sólo suman veinte. Obviamente, el que suma más puntos gana. En la segunda parte, la cosa es mucho más fácil. Las cartas tienen un orden de valor, es decir, está la que vale más y de ahí para abajo. En una punta está el as de espadas y en la otra, cualquier cuatro. Te anotás esto que te dije en un papel y yo creo que después de cuatro o cinco partidos, aprendiste el juego. Pero el truco es otra cosa, algo más misterioso, más sutil, y que se perfecciona con los años. Te diría que es bastante más probable que gane el que sabe mentir al que tenga las cartas de mayor valor. Eso es, el juego de la mentira, de la provocación, de la especulación. Entonces se convierte en algo sucio, porque como te dije, es lícito ganar mintiendo. Es más, se celebra esa victoria. Voy más allá. En cierto modo, no importa siquiera las cartas que tengas en las manos. Es tu mirada, tus palabras, lo que decís, lo que callás, el miedo que leés en la cara del otro, un dedo que se dobla, una ceja que tiembla, un cigarrillo que se enciende, la mano pasando por la nariz. Son todos indicios, claves, posibilidades. Imagínate: con el tiempo descubrís que cuando un jugador tiene buenas cartas, el ojo izquierdo le parpadea diferente.

-      Sí, voy entendiendo, la próxima vez que le parpadea...

-     Sí, pero cuidado, porque ese jugador puede saber que vos lo adivinaste, o simplemente repitió un patrón para hacerte creer algo. Entonces esa certidumbre está envenenada, entendés. Hay intuiciones también, vos sabés, esas creencias cuya raíz es inexplicable, pero están ahí, te empujan, te mueven, te hacen decir algo con seguridad. Vos sabés que el otro tipo parpadea. Vos sabés que el sabe que vos sabés. Vos pensás que entonces no tiene nada y que quiere hacerte creer que tiene por eso del patrón. Pero en realidad tiene un buen juego, y vos lo sabés, de alguna manera lo sabés. Es algo sin fin, creer que el otro sabe lo que vos sabés, pero no saber qué hará con ese hallazgo.

-      O sea que si juego ahora, lo más probable es que pierda.

-   Puede que sí o puede que no, pero no es tan así. Pensá esto: vos me acabás de escuchar y deducís que yo voy a pensar tu jugada todo el tiempo, que te voy a estar mirando, que voy a esperar a que algo te traicione y me diga lo que vos no querés decir. Pero vos también lo sabés, y lo más probable es que no sigas ningún patrón, que te ates al valor de las cartas y evalúes si pueden tener éxito o no. Vos sabés que yo voy a pensar eso, que no me vas a mentir, porque creés que yo te voy a adivinar. Pero esa presión te va a hacer mentir, y a mí me puede condenar.

-      O no, porque ya sé que pensaste esa posibilidad. Pero es como si de tanto hablar me quisieras hacer jugar como tú quieres que yo juegue. Me haces pensar que ya has pensado todo y que no te podré ganar nunca, ¿no?

-      Ves, ya empezó el partido. Che, ¿dónde dejaron las cartas?


Over.

Una cosa así.



Um poema como um gole d'agua bebido no escuro.
Como um pobre animal palpitando ferido.

 
Un poema como un sorbo de agua bebido en la oscuridad.
Como un pobre animal palpitando herido.

Màrio Quintana (Río Grande do Sul, Brasil, 1906-1994)

Over.

domingo, 1 de septiembre de 2013

Los Idolos, de Manuel Mujica Lainez



Empecemos por este lado. Eduardo Wilde, argentino, de profesión médico, fue, a su vez, un gran escritor. Uno de sus cuentos más famosos es Tini, la historia de la muerte de un niño. El cuento es tan triste que al mismo autor le daba una profunda pena el destino de aquel chico, y siempre comentaba que hubiera preferido que se salvara. En este entretejido de artificio y realidad, llegó el salvador. Su nombre es Manuel Mujica Lainez, y el bálsamo literario se llama “El Hombrecito del Azulejo”. En ese cuento, el propio Wilde aparece como personaje, ejerciendo su profesión de médico, y ayudando a que un niño se salve de una grave enfermedad. Esta última compensación literaria nos ubica de ese lado sensible del autor argentino y nos deja pensando en “Los Ídolos”, la novela editada en 1952 y que no ha dejado de ser una metáfora sobre la amistad.

En la superficie nos permite una historia de dos entrañables amigos a quienes el descubrimiento adolescente de una famosa novela los trabará para siempre. Lucio Sansilvestre, el autor de dicha novela (llamada precisamente “Los Ídolos”, única obra del escritor), podría ser una especie de Rulfo, de Rimbaud, de Salinger, cuya obra está inexorablemente signada tanto por lo genial como por lo breve. La misma pregunta los ata y los ahoga: ¿Por qué no han vuelto a escribir? Bien, ése es un lateral de la novela. Pero hay otro más fatídico e infeliz. “Los Ídolos” es justamente una historia del fanatismo, de la renuncia a lo que somos para convertirnos en oscuros seguidores de Otro cuya existencia nos hunde y nos sacrifica. Todos los personajes están sumergidos en esta desdicha. Nadie se salva, todos están trabados en los mecanismos que los harán más tristes a medida que los años los envejezcan. Entonces la metáfora también se ocupa de la idolatría, que no es más que una profunda versión de la soledad.

Se sabe que es imposible juzgar una novela como buena o mala. Podemos decir que nos ha conmovido o que nos ha empujado al aburrimiento. Es difícil que Los Ídolos provoque esto último. Muy difícil.
Por último, no podemos olvidar una mueca de Mujica Lainez. Parece una obviedad concluir que la novela “Los Ídolos” no existe, ya que es producto de la ficción, escrita por un tal Lucio Sansilvestre, y cuyo extremo admirador es Gustavo de N... Pero Manucho logró que en nuestra vida real, debamos pedir por esa novela inexistente, y que hasta la podemos conseguir.

Over.