viernes, 30 de agosto de 2013

Palabritas.





Un rumor espeso y detenido, algo así como una bocanada de aire frenada en tiempo y espacio, una dangling hope como gancho a la deriva. Quisiste decir algo, o escuchar que lo dijeran, lo mismo da, porque el vacío fue un golpe, el silencio. El silencio, o I surrender, dear, a veces es más simple.


Over.
 

jueves, 22 de agosto de 2013

Intemperie.





Según reza en todas partes, es ésta la primera novela (editada) de Jesús Carrasco. Lo que no dice, claro está, es que debe escribir desde hace muchos años, y sólo basta leer Intemperie para darse cuenta de que no estamos ante una típica novela de iniciación.

El estilo es muy particular, y no es difícil relacionarlo con Delibes. Al menos, lo encuentro en Los Santos Inocentes, novela que no he terminado aún, que me cuesta terminar, una “cortazariana novela macho”, pero eso es otra cosa, estoy aquí, con Carrasco, con Intemperie, con esta enorme historia.

La novela tiene un argumento muy sencillo, y por eso la hace desesperante. Todo comienza con un niño escondido en una especie de agujero, observando y escuchando a quienes se supone lo buscan o lo acechan. Ahí está Anna Frank, ahí está Tooru Okada, de Murakami, ahí está, por qué no, el muerto que habla de Walsh. Ya en esa escena, uno recibe el estilo de Carrasco, sabe que todo será narrado de tal modo que hasta uno tendrá la sensación de estereograma, que los olores y los miedos y la agonía trascienden el texto y promueven una respuesta casi física: el dolor que leemos, nos duele.

Todo es sordidez y desamparo. Los fantasmas van apareciendo de a poco, asustan y se van, hasta que en algún momento acorralan y provocan la reacción. Por caso, uno puede intuir la razón de la huida del niño, pero no creo que se pueda acertar lo que en realidad la fundamenta, explicado casi al final de la obra, de manera bestial y conmovedora.

Se podría analizar la novela en clave de símbolos, no obstante, estoy seguro de que el autor lejos está de haberla pensado de tal modo. Más bien, la intención es evitar los rodeos, y mientras la descripción del paisaje y el clima son sosegados, a la hora de describir hechos críticos, se enardece la brutalidad con una precisión asombrosa.

Por otra parte, me arriesgo a afirmar que habrá al menos dos palabras por página cuyo significado será desconocido. La altivez de la aseveración no me describe, estoy seguro, porque la realidad es que hay una cantidad de vocablos que no se relacionan con una actividad o técnica, cosa que haría obvia la proliferación de los mismos. Más bien tiene que ver con una agrupación de palabras pertenecientes a lo rural, y quizás, lejos del registro moderno. No llego a decidirme si esto último se transforma en un obstáculo, toda vez que guarda un equilibrio a lo largo de la narración. Yo, al menos, lo conecto con la lectura en otro idioma. Cuando, por ejemplo, leo a Henry James en su idioma original, no son pocas las palabras que desconozco. Aún así, jamás ha opacado, esta ignorancia, la belleza de sus obras.

Por último, me preocupa el porvenir de la narrativa de Carrasco. Comenzar así, digo, lo posiciona en una altura casi desmedida. ¿Qué hará con este fuego que no permitirá algo inferior? Esa duda me solicita el próximo libro. Atentamente, su próximo libro.


Over.



lunes, 12 de agosto de 2013

Bajo en lo alto, o bajo en la cima, o ven a casa a olvidar.



Fui porque cuando me habló, sentí lo mismo que cuando me hablaron a mí, pero aquella vez no vinieron. En otras palabras, no era yo el que iba, sino ella que no lo había hecho, y yo que intentaba reparar inútilmente esa bronca. Entonces cuando llegué y me abrió la puerta, pensé en qué cara poner, qué palabras no decir, qué movimientos permitirle a mi mirada. Todo era un ensayo. ¿Querés café, coca-cola?

Miré los libros: no había nada nuevo. De repente sonó el teléfono. Ella miró el número y me dijo: ¿te molesta si atiendo?, necesito hablar con esta persona. Cerré los ojos, levanté los hombros, sí, claro. Ella dudó entre la cocina y el pasillo hacia las habitaciones. La voz empezó a alejarse y ya la sentí muy lejos. Fui a los discos.

Con un dedo iba guiando la mirada sobre los nombres: Chet Baker, The Dave Brubeck Quartet, Sony Rollins, una hermosa antología de canciones de Gershwin, Miles Davies, Count Basie, Bill Evans, toda esa red básica del jazz que habíamos aprendido juntos. Creo que cuando llegamos a Monk, las cosas ya estaban mal. Sí, estoy seguro.

Casi fuera de su lugar, sobre un libro, encontré Bass on Top, de Chambers, un disco que yo le había traído de mi casa, y que con el tiempo quedó ahí. Recordé el disco. Lo primero fue: “Bajo en la cima”. Puede ser alguien o algo bajo que está en la cima, o bien que yendo hacia a alguna parte, decide bajarse ahí, en lo más alto. O mejor, “Bajo en lo alto”, ése estaba bueno. Después vino lo otro, lo del pez y el instrumento: the bass playing the bass, a ver, qué tanto: I left the bass into the huge vase. A vase can be used as a fish bowl, so that, before dropping the bass, I took away the bass. No, está bien, no hay lubinas en las peceras.

Creo que se lo dije a ella, se lo expliqué, y a lo mejor sonrió, porque me conocía. Encima está esa You´d be so nice to home to. Siempre sentí que le podía agregar algo: to sleep, to forget, to jump, to understand. A veces lo hacíamos juntos. Antes de Monk, claro, mucho antes. Yesterdays, por suerte instrumental, sin su tonta letra, o Confessing’, que con un poco de esfuerzo podría haber sido un tango, con su letra y todo.

Pasaba el tiempo y ella no volvía. Podía oír a lo lejos que la conversación continuaba. Con quién hablaba. Si yo hubiese sido ella, digo, si yo hubiera estado en su lugar, no habría atendido, porque yo estaba acá, porque la necesidad no era mía, por tantas cosas que se mezclaban ahora y para siempre, entre la música y los cuentos que conté y me contaron, el deterioro del deseo, la imposición del desamparo, la inercia, y yo que soy feliz barajando palabras, no podía evitar el silencio, la necesidad de que entienda que no quiero decir nada. Pero fui, porque yo hubiese querido que vinieran, quizás sin sentido, como suele ocurrir. Por eso cuando apareció, un poco con culpa, le acepté un té, porque quería ocupar la boca con el calor, o escuchar el disco, quién sabe, nadie sabe nada de todos modos. 


Over.